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A Buenos Aires: la despedida de Héctor Alterio de los escenarios porteños

El actor argentino, radicado en España, dará sus últimas funciones en Baires.

Es otoño en Buenos Aires. A unas cuadras de la Plaza San Martín, la ciudad parece sosegada a la hora de la siesta. Héctor Alterio camina del brazo de su hija Malena, apenas llegado desde Madrid, donde vive desde 1975. A los 93 años, vino a despedirse de los escenarios porteños.

A partir del viernes, por doce únicas funciones, presentará el espectáculo A Buenos Aires, donde recita poemas de León Felipe, repasa anécdotas y recuerda tangos de Cátulo Castillo, Astor Piazzolla, Horacio Ferrer y Eladia Blázquez, con dirección de su esposa, la psicoanalista Ángela Bacaicoa, y la presencia del pianista Juan Esteban Cuacci.

Dos hombres se quedan paralizados mirándolo. ¿Es él? ¿Está acá? “Gracias”, le dicen. Emoción es lo que despierta este actor, uno de los más emblemáticos de su generación, prolífico y premiado a ambos lados del Atlántico. Comprometido pero, sobre todo, admirado y querido. Les abrió el camino a muchos que llegaron después a probar suerte en Madrid. Los ojos claros se humedecen varias veces durante la charla, pero la mirada está intacta.

Hay nostalgia en sus palabras pero también mucho sentido del humor y sensibilidad. Desde la última vez que había estado en la Argentina, cuando filmó la película Fermín, glorias del tango, pasaron diez años.

-¿Qué recuerdos le vienen a la mente en este regreso a la Argentina?

-Tengo fotos en la cabeza pero todo cambió muchísimo. Después de diez años de no pisar la ciudad, las primeras sensaciones son muy lindas. Estoy contento, me he encontrado con gente maravillosa, todos cálidos y con talento.

Este hombre que habla suave, hace chistes y agradece cada gesto de cariño que recibe, es el mismo pibe de Chacarita, hijo de inmigrantes italianos, que desde su infancia imitaba a los cantores de tango y hacía reír a todos con relatos improvisados a modo de comedia.

Sus inicios fueron con el teatro, al que volvió varias veces, sobre todo últimamente. En la década del ‘50 formó parte del grupo Nuevo Teatro, junto a Alejandra Boero, innovador de la escena independiente.

-¿Cómo fue aquella experiencia?

-Yo tenía un desconocimiento total de lo que era un grupo creativo porque todas mis travesuras teatrales, llamémoslas así, surgían de manera improvisada con los amiguetes del barrio, a los 11, 12, 13 años.

-¿Hasta entonces la actuación era como un juego?

-Claro, era un juego con el que me fui alimentando en vanidad por las reacciones que recibían mis gracias, y todo eso fue creando una personalidad con la que, sobre todo, me divertía yo mismo. Y paralelamente comienza el movimiento del teatro independiente y con él, el hecho de tener la posibilidad de hacer cosas con un dinero de cooperativa.

Así fue como los pasos de comedia que hacía para los amigos del barrio adquirieron otra dimensión. “Me tomaron audiciones: las hacía un actor norteamericano muy famoso, y yo tenía que decir un frase al oído a una persona y luego repetirla a varias más, para ver cómo variaba el volumen de voz. Eso me divirtió, me extrañó, me asustó…” -Era toda una novedad.

-A tal punto que cuando terminó la audición, me dijeron: ‘Ya lo vamos a llamar porque tenemos su teléfono’. Yo pensé que me lo decían para sacarme de encima. Pero cuando me estaba por ir, me piden que me quede porque estaba aprobado.

-¿Que sensación le provocó eso?

-Vértigo total. Y así comenzó todo. -Ya lleva toda la vida en la profesión. -Sí, a los 93 años que tengo, quitales 10 y ahí está toda la vida. De la profesión hubo experiencias con las que he aprendido y ganado mucho, otras me han fastidiado mucho.

-¿Cómo cuáles?

-Situaciones personales que se juntaban con situaciones del entorno. Por ejemplo, con el grupo de Nuevo Teatro no estaba habituado a trabajar con tanta gente, con alguien que llevara la voz cantante. Pero me fue formando. Y paralelamente vieron en mí esa característica de divertirme que me dio cierto protagonismo.

-Un juego que se hizo profesión.

-Fui aprendiendo lo que es vivir cotidianamente con una profesión muy particular como esta, que trabaja con las emociones.

-¿Qué es lo mejor de actuar?

-Es una profesión que entretiene. A la persona que saca una entrada y va al teatro, yo no la he visto en mi vida y seguramente no lo veré nunca. Yo no lo conozco pero lo siento.

-¿Hay una conexión?

-Sí, porque lo que va a ver ese señor no lo vio nunca pero yo ya lo hice unas 150 o 200 veces. Tengo que tener mucho cuidado porque si el señor siente que es algo repetido, se pierde el encanto.

-Lo maravilloso es conmover.

-Eso es lo que vale la pena. Eso forma parte de mi trabajo y lo vengo haciendo conciente e inconcientemente desde que tengo 15 o 16 años, y lo fui depurando.

-Con tantos personajes interpretados en tantos años de trabajo, ¿hay alguno que sea el más querido?

-Todos, incluso aquellos que me pudieron haber perjudicado, me dieron satisfacciones. Esta profesión tiene tantas aristas distintas… Su lado emocional, un costado frívolo a veces, cuando en realidad, se trata simplemente de ser un actor. Yo trato de trasmitir la verdad, que me crean lo que estoy haciendo.

-¿Hay algo en particular que extraña de Buenos Aires?

-Muchas cosas, pero me fui adaptando porque no me quedó alternativa. En un momento me obligaron a irme y estando en Europa, cuando quise volver, no me dejaron. Eso, si le damos un tinte romántico, porque no fue para nada agradable.

Alterio se refiere a su exilio en España, en 1974, tras las amenazas de muerte que recibió por parte de la Triple A. Una bisagra en su vida.

-No habrá sido fácil.

-Al principio fue difícil adaptarse, pero son cosas que ya pasaron.

Sandra Commisso/Clarín-Espectáculos

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