
Hoy se cumplen cien años del nacimiento del baterista Art Blakey, fundador de los inmortales Jazz Messengers y uno de los músicos más originales del jazz.
Durante 35 años lideró la banda de hard bop más excitante de la escena del jazz. “Todo lo importante está en el ritmo. Es el ritmo lo que hace buenos solistas, no la lectura. Dizzy Gillespie y Charlie Parker sabían muy bien de esto”, decía.
Blakey era un baterista salvaje, formado en las Big Bands de Fletcher Henderson y Billy Eckstine. Un líder en todo sentido y con un ojo excelente para descubrir talentos.
Su capacidad como líder estaba asociada a su legendario mal carácter. “Me enoja mucho que holgazaneen porque provoca que el ritmo no funcione”, decía sobre sus músicos. Y todo pedido de aumento de cachet de parte de alguno de los músicos terminaba con un desafío a pelear. “Nos bajamos del micro y arreglamos esto como hombres”, decía.
Arthur Blakey nació el 11 de octubre 1919, en Pittsburgh, Pensilvania, y sus primeros pasos en la música fueron en la iglesia y con el piano. Su relación con ese instrumento terminó de manera abrupta en el extremo equivocado de una pistola en la mano del dueño del Democratic Club, en Pittsburgh, al tiempo que le decía que se sentase a tocar la batería si quería salir vivo, porque había contratado a otro pianista. “Mi malestar por volverme baterista se convirtió en una bendición”, admitía el artista.
Tomó a Chick Webb como modelo, y así comenzó a abrirse camino. Uno de sus primeros trabajos fue una gira con la pianista Mary Lou Williams; siguieron tres años con la orquesta de Fletcher Henderson, uno en el Club Tic Toc de Boston y otro tanto en la orquesta del cantante Billy Erckstine, donde conoció a Charlie Parker y a Dizzy Gillespie.
A comienzos de los ‘50 tocó en la banda de Miles Davis, y hacia 1954, junto con el pianista Horace Silver, formaron los Jazz Messengers, con Clifford Brown en trompeta, Lou Donaldson en saxo alto y Curly Russell en contrabajo.
“Las circunstancias me hicieron líder de los Messengers”, decía Blakey, que tenía un estilo inconfundible; excelente acompañante, era un cultor de la polirritmia, un músico de una explosiva vehemencia, con una técnica de fill in, que es colocar los acentos donde más convenientemente le parecían, infalible.
El estilo de Blakey generaba una tensión, casi hostil, contra los vientos.
Pero no había otro grupo que sonase con ese calor y esa cohesión que los caracterizó. El baterista contó a Ben Sidran que muchos de los músicos que le gustaban no encajaban en la banda. “No puede haber conflictos personales en el grupo porque se trasladan a la música. Tenemos que confiar en el otro porque es a partir de ahí que la banda se afianza. No hay otra manera”, decía el artista.
Y agregaba: “Conozco muchas bandas que se formaron con algunos de los mejores músicos de la escena, se juntaron y salieron a tocar, pero no pasaron de los reflectores. Tenés que pasar de los reflectores para llegar a la gente porque lo más importante es el contacto con el público”.
Blakey falleció el 16 de octubre de 1990, en Nueva York, de un cáncer de pulmón, y dejó una huella imborrable en la música.
César Pradines/Clarín